Pt. 2
…El horror no termina con mi muerte, la cual sólo dió paso a un crimen más atroz, perverso y macabro, y una larga lista de adjetivos que describen el terror y el dolor (aunque sin llegar siquiera a asemejarse a la realidad) que tal obra causó (y no sólo en quien lo padeció sino en el pueblo, en buena gente, amedrentada).
Culparon de mi asesinato, para incubrir a los verdaderos autores, a mi hermana pequeña, por considerar (sabiendo que así no era), que tenía el perfil indicado para ser una criminal, por sentirla como una amenaza, por ser avanzada a la época, siendo una mujer con carácter (no se dejaba domar, someter ni engañar, y mucho menos comprar), inteligente pese a sus circunstancias, independiente, que se había divorciado (y sus dos hijos vivían con su ex-marido) y que en la época esto era una atrocidad, un escándalo, una verguenza, un pecado mayúsculo.
Ya sólo por eso la veían como una mala mujer.
También se adjudicaron el derecho, se tomaron la libertad (la cual sólo existía para unos pocos), de inculparla por rumorearse que recientemente habíamos tenido una acalorada discusión.
Por tener nuestras diferencias la hacían responsable de mi muerte y la convirtieron en la sospechosa ideal (pero todo el mundo sabía perfectamente que ella no era la artífice, es más, incluso la mayoría sabían la identidad de los verdaderos autores).
Por otra parte, ella no tenía medios económicos ni de ningún tipo para defender su inocencia, por lo que fue el blanco perfecto y la oportunidad, en bandeja, para que entrara directamente en prisión (sin celebrarse un juicio, burlando sus derechos y la ley), donde sufrió vejaciones, maltratos y todo tipo de humillaciones y torturas para que confesara, para que asumiera la culpabilidad de la muerte de su hermana (y así tapar la verdad por siempre, callando muchas bocas, y evitar que nadie intentara escarbar en el asunto, pues no convenía perder los efectivos servicios que los verdaderos criminales ofrecían a los caciques, muy buenos recaudando votos, entre otros).
Fiel a sus principios, y a la verdad, mi hermana siguió defendiendo su inocencia. Le di fuerzas todo el tiempo que pude.
Me decía a mi misma que ella tenía que sobrevivir y hacer justicia por las dos, vengarnos, ser la viva prueba de la injusticia y que sirviera de precedente y para algo todo lo que le estaba sucediendo, para ayudar a nuevas generaciones, para luchar ahí y en ese momento por nuestros derechos (como ella quería y pretendía).
Ahora más que nunca entendía su modo de ver y de vivir la vida y que en vida no solía aprobar y mucho menos compartir.
Todo ese dolor que ella sentía tenía que tratar de convertirlo en su fuerza, en coraje, en ira, para que se mantuviera viva, para que incluso tratara de escaparse.
Pero todo empeoró cuando las torturas subieron de nivel y comenzó a sufrir violaciones.
Fueron años de sufrimiento en estado puro, en carne viva. Años reviviendo día tras día un calvario.
Noches en las que se dormía deseando no despertar. Porque no había nada que ella pudiera hacer, sólo esperar un milagro, y mientras esperaba, desgastarse más y más, hasta los huesos. Se sentía sucia, putrefacta por dentro, como si tuviera moho en su interior que nacía en su vagina.
Se sentía asquerosa y deseaba deshacerse de su piel, raspar su cuerpo por fuera, por dentro, hasta las paredes más internas de su intimidad. Noche tras noche soñando poner fin a ese suplicio.
No sólo físico y psicológico sino también quemada por el recuerdo diario de la pérdida, del encierro, de la violación de más que de su cuerpo…, y del asesinato de su hermana y por el que le hacían pagar siendo mujer inocente, mientras el verdadero asesino y sus cómplices correteaban libres, cínicos, por el mundo, con menos piedad que con la que me habían matado, sabiendo de tal barbarie que se estaba cometiendo injustamente con mi hermana.
Callaron (como calló el pueblo, por miedo, miedo a la ley, a las replesalias, a perder las tierras, a ganarse enemigos…; miedo a tantas cosas, tan común en esos tiempos, pues vivíamos muy privados de libertad y bastante sometidos…), lo permitieron, así que volvieron a quitar una vida, directa o indirectamente, esta vez a fuego lento, sádicamente, en vida.
Fueron los verdaderos verdugos, aunque en esta ocasión no le hubieran puesto ni un dedo encima a mi hermana.
Salvajes. Demasiada falta de humanidad.
«¿Dónde estás, vecino, vecina? ¿Dónde estás, amigo, amiga? ¿Dónde estás, Justicia?»…me adentraba en la mente de mi hermana, en la cual los monstruos comenzaban a manifestarse y a desequilibrarla.
Su único error, su único delito, su única culpa, fue nacer mujer y además de eso, ser una mujer «revolucionaria», liberal, sorprendentemente inteligente, nada sumisa, no se dejaba domar como el resto, que era pionera en defender el derecho al voto libre…, y que precisamente por esto último no convenía tener por medio, pues eran tiempos en los que reinaba la compra de votos y otras artimañas para ganar elecciones, e interfería en estos asuntos, de capos, de peces gordos. No querían que convenciera a otros para seguir su ideología (por la que además ya se había ganado muchos enemigos).
Tras las continuas violaciones, el nuevo método de intimidación y abuso, mi hermana terminó por enloquecer, pues incluso fruto de ello tuvo un hijo, al cual no conoció.
Al principio de estar en cinta, aún sin ella saberlo, cuando vomitaba, ella pensaba que era por repulsión (yo ya lo sospechaba, y ardía en rabia, me quemaba mi propia sangre, pero tenía que mantenerme firme, por ella, con el corazón en un puño). Estaba totalmente desconsolada.
La mujer que fue, y este tormento, su sufrimiento, la había anulado, la tenía abatida, totalmente agotada. Se le metió hasta las entrañas intoxicándola en vida como un cáncer, consumiéndola, hasta su inminente muerte.
Ya no reaccionaba a mi energía, a la fuerza que trataba de transmitirle, susurrándole palabras, frases de aliento, tomando su mano para limpiar su dolor, acariciando su pelo para borrar su pesar,… Incluso cuando estuve dentro de ella (fue peor que morir, pero mantuve la mente fría porque no podía quedarme solamente mirando, tenía que hacer algo), desde dentro de su cuerpo, cuando intenté poseer con mi espíritu su ser, para reanimarla, empoderarla, fue vanamente.
Fue entonces cuando la enviaron al manicomio, porque llegaron a pensar que estaba poseída por entes demoníacas, por su lamentable estado mental (e incluso físico, pues había dejado de comer, y estaba demacrada), así que las monjas que habitaban el manicomio la tenían contenida atada a argollas en la pared.
En una ocasión, a través de ella, pedí a una de las monjas, la única en la que veía un ápice de empatía, que clamara clemencia, no demencia.
Sumida en la más profunda amargura, débil, rota, destrozada, «loca» (llegaron a referirse a ella como «la loca de Lanzarote», y si a ella le llamaron «loca» también me lo llamaron a mi)…, acabó desvaneciéndose. Aguantó cuanto su cuerpo resistió, pero sin recibir alimento ni apenas agua éste se fue agotando, extinguiendo.
Se rindió.
Ella no rezaba a ningún Dios.
Incluso en esos momentos ella, mi hermana pequeña, era demasiada mujer, orgullosa de sí misma (y yo de ella), con la conciencia tranquila y la cabeza alta (aunque en esta ocasión su cabeza pesaba más que sus energías, su ánimo, así que era incapaz de mantenerla erguida), sabedora de que ningún Dios iba a salvarla. En su mente, tenía claro que rendirse era la única manera en la que podría ser salvada y encontrar descanso.
También tenía ganas de encontrarse conmigo, preguntarme de frente si también yo había sufrido, arroparme y a la vez encontrar consuelo en mis brazos… Por eso se entregó a la Muerte.
Encontró al fin la Paz. Se acabó su Infierno. Y supo lo que era estar tumbada, su cuerpo recostado, por primera vez en mucho tiempo, solo que rodeada de muchos otros cuerpos, almas robadas, en una fosa común.
Nos reunimos al fin mi hermana y yo. Y también ella se encontró con muchas otras «hermanas», a las que habían arrojado a un agujero en el suelo como basura.
Mi hermana y yo nos fundimos en un fuerte abrazo que casi sanó todo el dolor, nos reinició y rescató, salvó su alma de perderse, de quedar atrapada, ingerida en ese agujero negro por siempre, se hizo la luz, y también liberamos las otras almas.
Al fin pudimos descansar y lograr algo bueno dentro de tanta maldad.
Y este sería el fin de esta historia, pero no hay final.
Mi hermana, en la recta final de su vida, quería dejar de existir (y así dejar de sufrir) pero por su valentía sigue viva en nosotros, y es recordada por ello. Han pasado 101 años y hoy en día seguimos luchando contra la lacra de la violencia de género e incluso los abusos de poder, y también se sigue matando literal o figuradamente por «don dinero».
Tras la muerte de las dos hermanas se reabrió el caso tras la confesión mediante carta de uno de los implicados en el asesinato de la primera (que se encontraba fuera de España) tras caer enfermo.
Fue ella, a la primera que mataron, que le atormentó todas las noches aprovechándose de su delicado estado de salud, y le hacía revivir el calvario por el que pasaba su hermana a través de la reproducción de sus recuerdos, de todos los días que ésta la observaba y no se separaba de ella, imágenes reales que él percibía en pesadillas (y que sabía eran la realidad), imágenes que se metían en su mente también durante el día y no podía concentrarse en nada, incitándole a escribir esa carta y confesar para que cesara esa persuasión, coacción, del más allá así como el inmenso dolor de su hermana.
Una cosa por otra. Un trato.
Quizás esa persona, de hecho, enfermó por no tener la conciencia tranquila. Finalmente, juzgaron y encarcelaron a dos de ellos, que seguían en España, pero al poco tiempo fueron indultados.
He decidido narrar este texto en primera persona por sentirme parte de estas mujeres, estas hermanas, que forman parte de la historia de nuestra isla, Lanzarote.
Por un lado, una mujer trabajadora, emprendedora, correcta. Por otro, una mujer revolucionaria y avanzada a la época. En contra de todo pronóstico, una mujer sin miedo a «nada», de mente abierta. Una mujer que aguantó lo que no está escrito, y murió defendiendo su verdad.
Mujeres luchadoras, valientes. Mujeres inteligentes, por estudios o por experiencia (no importa).
Donde quiera que estéis, seguimos luchando por que se nos respete, a nosotras las mujeres, en todos los aspectos (especialmente por que no se nos vea más como el «sexo débil»). Vuestra muerte no ha sido en vano. Hemos puesto el grito en el cielo.
Y os seguimos recordando.
En este texto se mezcla realidad y ficción. Para más información y más detallada sobre este caso, buscar: crimen de Teseguite, Lanzarote.
No he querido nombrar a nadie, ni para bien ni para mal. Descansen en paz.
Esto ha sido un homenaje a ellas, a las hermanas, un año después del centenario del comienzo de los fatales hechos.
En cuanto a la visita a la escena del primer crimen, la morada de la hermana mayor (en imágenes), debo decir que fui con unos amigos y fuimos varios días seguidos para ampliar la experiencia, para ir con más calma y fijarnos en cada detalle y hacer un reportaje completo. Tan sólo transcurrieron tres días entre visita y visita y ya notamos la ausencia de varios elementos en la casa que alguien se había llevado, que alguien había roto. Por ejemplo, las dos hojas de la ventana de una puerta.
En la casa también hay inscripciones satánicas, quizás de rituales que se han llevado a cabo allí.
Es muy lamentable que no se respeten los lugares, aunque sólo sea por respeto a los que allí cayeron, por la memoria de los difuntos.
Pese a ello, la experiencia en el lugar fue abrumadora, especialmente por la parte en la que sentimos la conexión con una de las protagonistas de esta historia, viendo sus cuentas intactas en la pared de la tienda, abriendo la misma ventana por la que se asomó y se encontró con su fatídico final (revivirlo, acompañarla en el sentimiento), etc.
Pasear por lo que queda en pie de su amplia casa, ver la genial arquitectura de la época, la cocina y el baño que se conservan especialmente bien, ver incluso un montón de grasa de cocinar pegada a la pared de la cocina… Fue todo muy satisfactorio, emocionante.
Por último, tengo que agradecer especialmente a Anita Koleva Todorova (animalista y también exploradora urbana), por descubrirme esta historia y este lugar, y a Francesco, de nuevo, por contar conmigo, por confiar en mí y por haber hecho que vuelva a conectar conmigo misma, porque ha despertado una parte de mi que estaba dormida. A ambos, gracias, porque disfruté mucho explorando con ustedes y compartiendo esta misma pasión.
Este reportaje forma parte de los tres.
Mi hermana y yo nos fundimos en un fuerte abrazo que casi sanó todo el dolor, nos reinició y rescató, salvó su alma de perderse, de quedar atrapada, ingerida en ese agujero negro por siempre, se hizo la luz, y también liberamos las otras almas.
*Fotos: b.diamoond
LAS HERMANAS DEL SILENCIO – PT.1
Uno de ellos fue el que me sacó fuera a la fuerza, a través del hueco de la ventana que habilité para mi tienda en esa puerta de la casa. Tiró de mí hacia fuera, sin vacilar, sin que me diera tiempo a darme cuenta de su presencia ni tiempo a reaccionar. Otro, en el acto, me degolló.
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